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Soy periodista de profesiòn y bachiller de economìa. Produzco programas para radio y he sido tambièn productora de televisiòn en "Mediodìa Criollo" -programa que creè y diseñè en 1996- Mi pasiòn es la lectura de noticias y la conducciòn de programas en vivo.

jueves, 13 de diciembre de 2007

UNAS FIESTAS NAVIDEÑAS DE ROMPE Y RAJA !

La celebración de las fiestas navideñas ha ido cambiando con el correr de los años. Si nuestro tradicionista Ricardo Palma ya comentaba que las navidades de antes eran diferentes, nosotros, después de muchísimos años, podremos decir lo mismo de las navidades que pasaron nuestros padres, abuelos, bisabuelos y demás generaciones antiguas. Los nacimientos, por ejemplo, ya no son lo mismo.

Se cuenta que antiguamente tanto casas como iglesias se esmeraban por mostrar, cada uno, un nacimiento que era la admiración de todos, al cual la gente acudía a bendecir y adorar después de la Misa de Gallo que se realizaba en las iglesias a la medianoche. Las celebraciones por la navidad terminaban el 6 de enero con la Bajada de Reyes, donde incluso hasta se organizaban fiestas especiales para realizar la ceremonia de Bajada de Reyes.

Hoy en día, muchas de las iglesias organizan su Misa de Gallo a cualquier hora y ya, casi, ha desaparecido esa ceremonia especial de la Bajada de Reyes que organizaba cada hogar para guardar el nacimiento hasta la próxima navidad. Es por ello que recurriendo al relato de unas fiestas navideñas de inicios del siglo XX, narrado por ese gran cronista que tuvo el diario El Comercio, Eudocio Carrera Vergara, es que les hago llegar una historia vivida por esos chicos "terribles" que integraban la famosa "Palizada".

Ya anteriormente, en varias ocasiones, he nombrado a la famosa "Peña Horadada" o "Piedra del Diablo" como también la conocen los barrioaltinos. La celebración ésta se realizó en una de las casas de la Calle Peña Horadada que, para que estén mejor orientados y se puedan imaginar mejor los acontecimientos, les recordaré que la "Peña Horadada" está localizada en la esquina de los Jirones Junín y Cangallo en los Barrios Altos. Como antiguamente cada calle o cuadra de Lima tenía una denominación individual, la Calle Peña Horadada está en el Jr. Junín entre el Jr. Huanta (Plaza Italia) y el Jr. Cangallo, siendo la calle de la izquierda, del Jr. Cangallo, la famosa Calle Suspiro, lugar que aún conserva callejones que son un barrio dentro del mismo barrio, y la de la derecha es la Calle Rastro de la Huaquilla. Subiendo por el Jr. Junín y colindante con la Calle Peña Horadada está la Calle del Carmen Bajo que también fue testigo de numerosas veladas y jaranas criollas donde solían reunirse los criollos de antaño.

Para quienes no sepan, o no recuerden, el origen del hueco en la "Peña Horadada", les cuento que Ricardo Palma en una de sus tradiciones contó que durante la colonia el diablo estaba merodeando y haciendo sus "diabluras" en los Barrios Altos cuando, caminando muy campante por el Jr. Junín, se encontró con que por el Jr. Junín venía la Procesión de la Virgen del Carmen y por el Jr. Cangallo, de la Calle Rastro de la Huaquilla (donde hoy se encuentra la Maternidad de Lima), venía la procesión del Señor de los Milagros. El diablo se quedó paralizado ante tamaña demostración de fe y devoción religiosa de los limeños para sus Patrones, el Señor de los Milagros y la Virgen del Carmen, y encontrándose parado en la esquina del Jr. Junín con el Jr. Cangallo y no sabiendo que hacer, se da cuenta que tenía a su lado una peña grande que nunca había podido ser removida de su sitio, así que le hace un hueco a la peña y por allí se escapa hacia la otra calle. Una vez en la otra calle, el diablo, aliviado, lanzó un suspiro fenomenal que todo Lima pudo escucharlo. Desde allí las calles aquellas quedaron bautizadas, una como la Calle Peña Horadada y la otra como la Calle Suspiro.

En la Calle Peña Horadada vivió desde finales del siglo XIX una familia muy estimada y conocida por su alegría y predisposición a toda celebración donde siempre había mucho canto y baile. La casa de la familia aquella tenía una ventana grande de reja a la calle y la familia estaba compuesta por una señora viuda y cuatro hijos, un hombre y tres mujeres, todos jóvenes pero ya mayores de edad.

Doña Catalina, o "Catita" como también la llamaban, era una mujer cincuentona de buenas carnes y guapetonaza por sus cuatro costados. Gran aficionada al baile y el canto cuyo esposo había sido un militar que falleció en la Guerra del Pacífico y que pasado el luto, religioso, decidió reanudar los compromisos sociales en su casa donde, no se sabe como, apareció como amigo y compadre de la familia el famoso Fernando Soria "El Cojo Soria", gran jaranista, bohemio y criollo integrante de ese grupo llamado "La Palizada".

Gracias al Cojo Soria, los festejos en la casa de Doña Catalina fueron alborotadores y hasta endemoniados, concurriendo todos sus amigos bohemios entre los cuales se encontraban Pepe Ezeta y el gran pianista Palací, a quien conocían con el apelativo de "Diablo Músico".

Un día a Doña Catalina se le dio por querer armar un nacimiento que causara sensación y llamara la atención de todos; para lo cual decidió que el mejor lugar era la ventana con vista a la calle. El nacimiento fue armado con tanto gusto y perfección que cuando fue expuesto al público, la casa se llenó de gente. Conforme pasaron los años el nacimiento de la Calle Peña Horadada alcanzó tal auge que, durante las dos semanas de su duración, no se hablaba de otra cosa en Lima; lo mismo que de las grandes fiestas que se armaban en la casa aquella por tal motivo.

Eran los inicios del siglo XX y el luto ya estaba hecho trizas de tanta fiesta, pero era navidad y después de acudir a la Misa de Gallo en la Iglesia del Carmen, todo el vecindario de los Barrios Altos acudió a ver el nacimiento de Doña Catalina que era de lo bueno lo mejor. Se quemaron sartas de cohetes y a los niños que cantaron villancicos se les regaló galletas y caramelos; y para los que estaban adentro hubo bocaditos. ¿Después? ¡Ni qué decirlo!

Se brindó y una vez calentado el cuerpo, el terreno ya estaba preparado para el bailongo de cajón con cuadrillas, valses, polcas, mazurcas y marineras hasta que el astro rey asomó por sus balcones. Para recibir el Año Nuevo hubo otra amanecida igualita y al día siguiente ya se empezaba con los preparativos para la Bajada de Reyes del 6 de enero.

¡María Santísima! Esto si que era monstruoso. ¡Qué manera de prepararse la de esta santa familia! Todo lo quería y todo parecíale poco. Los seis días que faltaban eran escasos para ejecutar el programa ya trazado. Doña Catalina, eximia culinaria, tenía ya pensado los platos que debían prepararse y sus hijas se encargaban del arreglo del salón y limpieza de la vajilla. La música correría por parte de los amigos, y Soria, que ya habíalo previsto, dijo: "Eso es de mi cuenta, comadrita, y confíe en que la Banda que voy a traer hará hasta bailar solitas a todas las figuras del Misterio por más santas que parezcan, y mucho me temo que no se queden atrás San José y la Virgen".

Faltaban dos días para la celebración y Doña Catalina comentaba que solamente haría tamales, butifarras, mazamorra morada y chicha porque no daba para más: "Y aunque quisiera halagar mejor a mis amistades, me da pena no poder hacerlo, porque si bien, voluntad me sobra, las fuerzas me faltan, creánmelo. La Pascua y el Año Nuevo me han dejado deshecha, y pienso que esta será la última Bajada de mi vida. Me siento cansada y como si me estuviera entrando la vejez a la deveras. ¡Alabado sea Dios!". El Cojo Soria que atento la escuchaba le replicó: "¡Que vejez es esa, comadrita! ¡Si estamos todavía en lo mejor de la vida, en la edad que todo se hace más a conciencia, hasta el amor!"... "¿Qué es eso de conciencia, compadrito, quiere Ud. explicármelo?", preguntaba la viuda, con cierta dulzura. "Ya se lo diré a Ud. a solas, -respondía el compadre, sin cojear- y cuando no nos oigan las muchachas! (¡hum!); mientras tanto, siga Ud. con sus tamales y mazamorra, sin pensar en lo que falta, que eso corre también de mi cuenta. Por lo pronto le diré que he mandado preparar donde el piurano Chunga una olla de arroz con pato a la moda de su tierra para 30 personas y vendrán de donde Quintana dos barrilitos de vino y uno de aguardiente ¿alcanzará?". Doña Catalina era experta en hacer aumentar la comida con lo que ella agregaba, dándole, de paso, su toque final.

Y llegó el anhelado 6 de enero, la Pascua de Reyes que cayó en día sábado. Gran laberinto en la casa, desde las primeras horas. Varios amigos acudieron a hacer el mercado y cargar la canasta grande con todos los ingredientes para la comida. En la casa se sirvió el desayuno y, de pronto, apareció por ahí una botella. Trago va y trago viene, se comenzó a colocar la primera piedra de lo que podría llamarse monumento báquico-santorum, que se estaba levantando, llegando el avance a tal punto que si Doña Catalina no esconde las botellas que habían quedado de la víspera, se seguía de frente y quizás se pasaba más allá de los cimientos. Así fue la furia del empuje que duró hasta las 3 de la tarde, hora del almuerzo, y después una siesta hasta las 6 de la tarde.

Con el diente a medio picar, se salió en busca de otros aires y hasta el Estrasburgo no se paró. A golpe de 9 de la noche se preparó el retorno a la Peña Horadada con Pepe Ezeta y otros criollos más que no se perdían una fiesta en la casa de Doña Catalina.

La llegada a la casa fue de "agárrate y no te muevas". Ya estaban allí los de la Banda y el pianista Mateíto Sánchez, quien para esa noche había sido especialmente contratado por la familia. La viuda, en cuanto vio entrar a Pepe, elegantemente uniformado y con foete, y de quien había oído contar muchas cositas todas pícaras y amorosas, parece que se acordó de su esposo, y a poco exclamó un tanto alborotada y entre dientes: "¡Ah, yo tengo que bailar una marinera con este hombre, más que me coma". A eso de las 12 ya se habían despedido los invitados de etiqueta y los curiosos que invadían el patio, ya sólo con la familia y los de confianza, fueron cerradas las puertas de calle para dar comienzo a la solemne y pintoresca ceremonia de la Bajada que, como saben los entendidos, consiste en coger a Sus Majestades del cerro por donde caminan e irlos poniendo de uno en uno y en hilera frente al pesebre sagrado para que adoren al Hijo de Dios. Cada figura tenía sus padrinos que eran los que la bajaban y dejaban su limosna en un plato.

Pepe Ezeta y el Cojo Soria ya habían hecho templar sus guitarras a los de la Banda, y a la voz de aura surgió la jarana como un coro de ángeles bajado del cielo, para que con sus sones, hicieran que todos los presentes, a la voz de "los tres reyes de oriente, chicha, vino y aguardiente", saludaran también, al igual que éstos, al que llegó a ser Redentor del Mundo.

En la sala, Pepe invitó a Doña Catalina a un baile y la guapa viuda que, sin dudarlo, no quería otra cosa, salió a los medios en actitud combativa. Ya es sabido como bailaba el gran Pepe Ezeta, ese que fue Rector de la Universidad limeña jaranera. Ante una de las embestidas dominadoras del maestro, la alegre viuda tuvo que soltarse y hacer filigranas con los pies, y una moviditas de algo de lo más arriba de éstos, a fin de no dejarse y poder salir ilesa del entrevero alevoso y jaranístico, que amenazábala, y ¡cómo sería la cosa! que Rosita, una de las hijas de la viuda, no pudo menos que exclamar: "¡Que te está viendo el Niño Dios, mamacita!"; contestándole ésta, en medio de su sofoco y sin perder el meneo endemoniado de la fuga: "Deja, hija, defenderme de este gallo, que militar tenía que ser como el bandido de tu padre". Entre los bailadores hubo al final piropos recíprocos hasta con sus torciditas de ojos (no los vió el compadre, felizmente); siendo necesario hasta chicha morada refrescante para bajar el termómetro, subido al 40 en esos momentos de puro gozo y ardor inigualados.

La jarana continuó y dieron las 8 de la mañana y nadie se movía de sus asientos, lo que obligó a la dueña a servir el desayuno. Luego de un desayuno reparador, se continuó la nueva batalla que, al paso que se iba, amenazaba ser todo un hasta el último cartucho. Y así ocurrió por la gracia de Dios Padre Todopoderoso. ¡Qué furia y qué aguante, Dios de los ejércitos! No le tenían miedo ni al juicio final. ¡Naturalmente! ¡Si veían delante de ellos una divinidad tan hermosa y celestial cual debió ser la de Jesucristo recién nacido!...

¡Qué tales Fiestas Navideñas las de antaño!. Como dice Laureano Martinez Smart en su vals "Lima de Antaño": "...Lima de antaño si no quieren recordarte / tierra querida yo siempre te cantaré".

P.D.
Relato extraído del libro "La Lima Criolla de 1900" de Eudocio Carrera Vergara, edición corregida y aumentada, Lima 1954.

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